Tenía una cuerda por la que se deslizaban mis mayores sueños, me mecía, entre el vacío y una cama cuya característica principal era esa facilidad para impulsarte a volar. Trapecista, me mojé, caí en el pozo vacío de esos viejos enamorados. Había más que rosas a su alrededor, más que el murmullo del viento, había algo más que dos personas ansiosas de calor.
Y entre rosas muertas, cerveza y literatura para pobres de cartera, en diciembre aterrizamos, pero siempre con el sol el lo alto del pozo. Primavera floreciendo para nosotros.